La libertadores es algo así como el fetiche del hincha de Boca. El fanático xeneise es capaz de entregar los torneos locales de acá a la eternidad si le entregan un vale con la leyenda: "Juega Libertadores todos los años". Existe en sus venas una especie de "mística copera", concepto abstracto carente de claridad pero que identifica al club de la rivera.
Ayer Boca jugo claramente mal. No llegó al arco, no manejó los tiempos y terminó empatando contra el Corintians, equipo brasilero extraño: no luce, no tiene individualidades desequilibrastes y su mayor virtud es la paciencia. Note el lector que no me refería a Boca sino al conjunto de Brasil, y si, existen similitudes entres uno y otro conjunto.
Boca vive una crisis de identidad producto de su entrenador: no se sabe a ciencia cierta a que juega. Es Riquelme-dependiente, si el 10 juega como sabe el resultado será triunfo, buen juego y quizás contundencia. Si Román no aparece, depende de alguna arremetida de Mouche (no siempre titular) o de algún corner que sea conectado por la cabeza de un defensor.
Le quedan 90 minutos en un hervidero, el estadio de Corintians estará a tope, la experiencia de sus jugadores podrá marcar la diferencia. Boca depende exclusivamente de ellos, tácticamente parece preparado para no perder pero le falta el entusiasmo para ganarlo. Falcioni nunca se definió por la manera en que sus equipos atacan, pero la tradición boquense exige una modificación.
El entrenador insiste en Santiago Silva, una especie de tercer marcador central que juega en el área del contrario. Su mayor aporte ha sido defensivo, en el área rival un par de gritos al aire, pelotas perdidas, y un par de buenas asistencias para los compañeros: poco para un centro delantero.
La grandeza del club excede el planteo mezquino de su entrenador, las individualidades (en especial Riquelme y Mouche -de gran semestre-) son la apuesta más fuerte que tiene Falcioni para el partido de vuelta. ¿Le alcanzará?
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